Despertarse con la certeza de que algo ha estallado en el corazón de la cotidianidad es un lujo que nadie quiere permitirse. A las primeras luces del lunes 2 de junio, en la Plaça de Sant Jaume de Xàtiva, no sonó ningún despertador: fue el rugido del fuego el que marcó el inicio de la jornada. Una vivienda del bloque número 12, tranquila como cualquier otra, decidió convertirse en epicentro del susto. La campana extractora, esa aliada de la cocina que a veces se convierte en traidora, dio el primer paso en un incendio que obligó a desalojar a más de cincuenta vecinos. Las sirenas de los bomberos no tardaron en mezclarse con los jadeos de los que huían del humo.
La chispa invisible y la importancia del extintor
No hace falta una catástrofe bíblica para que la vida cambie de dirección. Basta un fogonazo, un elemento tan insignificante como la grasa en una campana extractora. La chispa se enciende, el humo se levanta y el oxígeno hace el resto. Para estas situaciones, tener un buen extintor marca la diferencia entre el control y el caos. Y sin embargo, cuántas veces se desprecia su presencia, relegado a un rincón donde sólo se le mira con sorna, como si fuese un adorno obligatorio. Hoy en Xàtiva, muchos miran hacia su cocina con otros ojos.
Comprar un extintor: cuestión de responsabilidad, no de suerte
En el tercer piso, el susto fue doble: una madre y su hijo, que estaban desayunando, sintieron cómo el humo subía más rápido que los rumores. ¿Y si ese humo entra por la rendija de la puerta? ¿Y si prende en las cortinas del salón? ¿Y si? Son preguntas que no deberían existir cuando uno ha tenido la previsión de extintor comprar. Prevenir no es ser paranoico, es ser responsable. Porque cuando el fuego llama a la puerta, no pregunta si estás preparado: actúa. Los vecinos de Sant Jaume lo saben hoy mejor que ayer.
El eco de Llallagua como advertencia silenciada
Curiosamente, el incendio de Xàtiva resuena con otro que tuvo lugar en un rincón bien distinto del planeta: el incendio en Llallagua. Allí también, el fuego comenzó con una banalidad que terminó en tragedia. Allí también, la velocidad del humo superó a la del sentido común. No es una coincidencia, es una alerta. Cada suceso que arde debe dejar cenizas, sí, pero también enseñanzas. Si seguimos ignorando esas señales, nos tocará vivirlas en carne propia.
La movilidad y la impotencia
El drama se acentúa cuando los afectados no tienen la capacidad de escapar por sí mismos. En la vivienda donde comenzó el incendio vivían dos personas con problemas de movilidad. Cuando el humo llenó el pasillo, cuando el crepitar de las llamas se volvió insoportable, no podían correr. Fueron los bomberos quienes los sacaron, casi a rastras, con la mascarilla en una mano y la urgencia en la otra. Fueron trasladados al Hospital Lluís Alcanyís, donde afortunadamente evolucionan bien. Pero ese episodio nos obliga a mirar más allá de lo evidente. ¿Cuántas casas están preparadas para evacuar a una persona con movilidad reducida ante un incendio?
El humo, enemigo silente
No fue el fuego el que más daño causó. Fue el humo. Invisible, denso, rápido. En cuestión de segundos convirtió escaleras en trampas y habitaciones en cámaras de gas. Los síntomas de intoxicación por monóxido de carbono pueden llegar antes que la decisión de llamar al 112. Ese es el verdadero enemigo. Y combatirlo exige tener algo más que coraje: exige conciencia, preparación y herramientas. Desde detectores hasta ventiladores autónomos, la tecnología existe, pero la voluntad de instalarla es otra historia.
Bomberos: los verdaderos protagonistas
Decir que los bomberos llegaron rápido es una obviedad, pero no por ello menos admirable. Su profesionalidad fue lo que impidió una tragedia. Entraron al edificio sin saber si el fuego estaba controlado o si les esperaba una explosión. Lo hicieron como siempre, con el temple de quien ha visto lo peor y no por ello deja de actuar. A veces, la heroicidad se mezcla con el deber de oficio. Pero en este caso, merece ser destacada. Si no fuera por ellos, hoy no estaríamos hablando de un susto, sino de una pérdida irreparable.
¿Y después qué?
El bloque 12 de la Plaça de Sant Jaume quedó con el olor a humo impregnado en cada pared. Los vecinos pasaron la noche fuera, esperando la autorización para regresar. Algunos miraban al cielo, otros al teléfono, todos con la misma pregunta en los ojos: ¿por qué aquí? ¿por qué ahora? Y aunque las causas ya están claras, el verdadero interrogante es qué se hará al respecto. ¿Se revisarán las campanas extractoras de todas las viviendas? ¿Se propondrá una campaña de concienciación sobre incendios domésticos?
El desprecio a lo esencial
Nos hemos acostumbrado a ignorar lo esencial. Un extintor es visto como un gasto inútil. Las revisiones de gas, como un trámite molesto. Las instrucciones de evacuación, como papel mojado. Hasta que el fuego nos lo recuerda. Xàtiva no será la última ciudad en vivir algo así si no cambiamos la percepción que tenemos sobre la seguridad. No es paranoia, es supervivencia.
Una llamada al sentido común
Cuando el periodista llega al lugar del siniestro ya no hay llamas, sólo testimonios. La señora del quinto que lloraba mientras recordaba el humo. El niño del segundo que no entendía por qué no podía entrar a su casa. El padre que pedía explicaciones a los bomberos, sin saber que ellos ya habían hecho todo lo posible. Todos ellos repiten una frase que hiela la sangre: “No pensamos que nos pasaría a nosotros”. Y ahí está el error. La seguridad no es para otros. Es para uno mismo.
El fuego no negocia
No se puede pactar con las llamas. No se puede discutir con el humo. Sólo se puede estar preparado o no. Hoy, en Westerostoday.es, no publicamos esta historia para aumentar el tráfico, ni para llenar espacios: lo hacemos para que sirva. Para que el lector mire su cocina con otros ojos. Para que compre ese extintor que ha estado posponiendo. Para que revise esa instalación que “parece estar bien”. Porque la próxima chispa puede ser la suya. Y el fuego, créame, no negocia.